Los dirigentes del fútbol nacional han evitado comprometerse en acciones para ordenar y desarrollar la actividad en la que se han metido. Y esa actitud ha sido constante a través del tiempo.
Es notable como, por sumar unos cuantos colones más por concepto de taquillas, los equipos se han hecho de la vista gorda ante el problema de las barras organizadas.
Los equipos grandes y más tradicionales del fútbol nacional se tomaron todo el tiempo del mundo para hacer algo al respecto. Y, cuando por fin el Club Sport Herediano dio el paso de prohibir el ingreso de la mal llamada “Garra” a su estadio, en el Deportivo Saprissa y Liga Deportiva Alajuelense miraron en otra dirección.
Luego, la realidad superó a la dirigencia del Saprissa y se vio obligada a tomar acción. Pero, en lugar de tomarse el problema en serio, decidió disimular. Sí, porque cuando se prohíbe el ingreso de una barra a un estadio, eso implica prohibir el ingreso de sus miembros. No son inseparables. No son dos cosas diferentes.
Las barras alrededor del fútbol están integradas por personas. Y si no se les individualiza, no se les identifica y no se les prohíbe el acceso como tales, en realidad no se ha hecho nada. Ya lo vimos la semana pasada en el Ricardo Saprissa.
Y antes, lo vimos también en un partido de Alajuelense en el Estadio Nacional, pese a que después del último “espectáculo” en el Alejandro Morera Soto la dirigencia rojinegra anunció con bombos y platillos que no volvería a permitir el ingreso de la 12.
Para más, los equipos pequeños le han venido haciendo un daño tremendo al fútbol nacional al asumir que la cosa no es con ellos. Hemos visto las barras en los estadios donde juegan estos equipos cuando reciben, sobre todo a Saprissa y Alajuelense.
Así, nunca se va a cortar de raíz con el problema. Los elementos de la Ultra y la 12 saben que pueden ingresar al Saprissa y al Morera Soto siempre y cuando no lo hagan juntos y al mismo tiempo. Y saben que pueden ir hasta con sus instrumentos y sus pancartas y banderas a los otros estadios del país.
Y eso también lleva a que circulen por las calles aledañas a los estadios haciendo los mismos desmanes que siempre han hecho.
Pero, ojo: ahora el asunto es peor. Porque ya no los llevan a los estadios bajo vigilancia policial, ni aplica tampoco un protocolo de seguridad al término de los partidos. Así, quedan a la libre para actuar a sus anchas.
Es interesante la lógica de los dirigentes de nuestro fútbol. Si los equipos juegan, no importa nada más. Y si ganan campeonatos, tampoco importa nada más. Es una mentalidad tan simplista que piensan que nada es con ellos.
Si esa actitud de indiferencia no cambia, no vamos a llegar a buen puerto.