La Ley contra la Violencia y el Racismo en el Deporte, aprobada por la Asamblea Legislativa el martes de la presente semana, es un gran primer paso en la dirección correcta. Pero, ahora lo fundamental será velar por que no se convierta en letra muerta, como ocurre con muchas regulaciones establecidas en el país.
Ese será el gran reto, porque con una ley no se eliminan conductas que la gente tiene ya interiorizadas como parte de su normalidad. Estamos frente a una situación en que el problema para por los conceptos que tienen ciertas personas.
Hay quienes piensan que son mejores que otros; que algunos no alcanzan a ser parte de la humanidad, que las concentraciones de gente son los escenarios ideales para atacar sin ser individualizados y señalados.
Y, hay también quienes creen que confrontar a los que tienen esas actitudes es “feo”, es inapropiado, o es peligroso.
Además, están aquellos que se sienten poderosos cuando se pueden esconder detrás de muchos otros como ellos mismos.
Y no olvidemos a los que en serio se han creído aquello de que cuando pagan un boleto para ir a una actividad deportiva se ganan el derecho de gritar lo que se les ocurra desde las gradas.
A todo ello hay que sumar la cantidad de veces que hemos escuchado dirigentes deportivos disculpando, minimizando, justificando a quienes tienen esos comportamientos en sus actividades deportivas.