México.- Algo cambió en Gustavo Matosas, hoy en día el hombre con el que Costa Rica quiere llegar al Mundial de Catar. De ser aquel entrenador con una filosofía fresca en equipos como Danubio o León, pasó a mostrar el gesto inequívoco del que ha perdido el piso. Por ejemplo, en su momento de clímax cuando llegó al América, se distrajo en un abismo de egocentrismo y pedantería.
Se recordará más a Matosas en los líos de un equipo grande por su outfit que por su táctica. Una vez en un partido contra Pumas, sacando la calculadora del costo de su vestimenta, de los lentes hasta los zapatos, rayaba los 30.000 pesos mexicanos (¢927.000), símbolo de que ya no era aquel entrenador hambriento, que entraba al campo de fútbol como una fiera enjaulada.
De cualquier manera, hay algo que no se le puede criticar y es su genética futbolística. Hijo del defensor Roberto Matosas, que participó en el Mundial de 1970, salió como él, de pierna fuerte, presencia y músculo que le hicieron labrar una discreta, pero vasta trayectoria en el medio. “Nunca fui un jugador de grandes condiciones, tuve que trabajar mucho, soy producto del esfuerzo, todo me ha costado el doble”.
Nació en Argentina, aunque siempre fue uruguayo, de corazón y sangre. Incluso se dio el lujo de ganar en Buenos Aires la Copa América, en 1987. Su retiro fue casi silencioso en México, con el Querétaro, un club muy chico en el 2001.
Pero Matosas ondeaba una bandera de puro sentimiento. Algo se gestaba en su interior y era aprovechar sus 16 años de carrera para enseñar algo. Fue campeón con Danubio en el 2006 y dirigió a su querido Peñarol, pero en México conoció otras puertas.